El 25 de febrero se cumplieron exactamente 50 años del lanzamiento de “El preso”, una de las canciones más emblemáticas de la salsa latinoamericana. Aquel martes de 1975 vio salir a la luz un disco de 45 rpm con dos temas: en el lado A, “Los charcos”, y en el B, un tema sin título definido, basado en la historia real de un recluso colombiano. El autor, Álvaro Velásquez, pensó inicialmente en un vallenato, pero el destino –y la intuición de algunos productores legendarios– lo transformó en un clásico salsero.
La canción nació casi por casualidad. Durante una gira con el Combo de las Estrellas por Estados Unidos y Canadá, Velásquez escuchó la confesión de un preso colombiano y, con unos versos anotados en papel de hotel, esbozó la historia de un hombre condenado a treinta años de prisión. Gildardo Montoya, figura clave de Codiscos, vio el potencial del tema, pero sugirió llevarlo a Discos Fuentes, donde Fruko, el gran arquitecto de la salsa colombiana, podía darle la forma adecuada.
Fue el productor Luis Carlos Montoya quien terminó de construir la canción como la conocemos hoy: le dio un nombre (“El preso”), afinó la letra, hizo los coros y encargó los arreglos. La interpretación vocal recayó finalmente en Wilson Manyoma, ya que Joe Arroyo, entonces figura principal del sello, no estaba disponible. El resultado fue una pieza que trascendió la pista de baile para convertirse en una denuncia social cantada con ritmo.
Desde entonces, “El preso” no ha dejado de sonar. Su vigencia no solo radica en su pegajosa instrumentación, sino en la universalidad de su mensaje: el encierro, la soledad y la injusticia siguen golpeando a miles. Medio siglo después, este himno continúa emocionando, resistiendo y sonando en cada rincón donde haya una rumba y una historia que contar.