Un incombustible y omnipresente Edwin Rivera enciende al público que, bajo el sol, abarrota el recinto. Lo corean, lo acompañan, lo viven. Suenan el merengue y la salsa del aperitivo, perfectos para abrir la jornada con sabor. Vestido muy al estilo Bad Bunny y acompañado por bailarinas profesionales, el cantante puertorriqueño -casi tinerfeño- prende fuego a los corazones y a la pista. Comienza el baile, y con él, la procesión de vasos de ron en todas sus versiones. Triunfa el mojito, bien fresquito, lo más rentable para el negocio paralelo a la música.
El sol no muestra intención de despedirse. A él nunca le gustó que la luna se quedara con la fiesta. La jornada se alarga, vivida de día y de noche, y nadie quiere perderse lo que aún está por venir. Entonces, sale a escena Linda Caballero. Los temas de La India enloquecen al público femenino: despecho, amor, desamor… “No quiero verte más, pero eres el amor de mi vida”. Amor con ritmo. Y qué ritmo, respaldada por una banda de altísimo nivel.
Dicen que a la vieja guardia le cuesta bajarse del caballo. Cuando la edad empieza a dejar señales, la voz ya no es la misma, ni la energía. Pero eso no aplica a Oscar D’León. Octogenario, transmite la potencia de diez kilotones: la explosión salsera más potente de toda la tarde-noche. Deja en el aire que quiere venir al Carnaval, y es el primero en darse cuenta que un asistente de las primeras filas sufre un desvanecimiento, atendido inmediatamente por los servicios sanitarios. El León que más ruge ya había mostrado en redes su alegría por volver a Tenerife y hacerlo en un macrofestival como el Cook Music. Música de Cocina, traducción literal. ¿Será porque cerca de los fogones es donde más se baila salsa? En Tenerife, sin duda, sí.
Tras Oscar —algunos dicen Óscar, otros Oskár—, el público espera impaciente lo que resta del cartel. Llega un parón que, aunque no afecta la experiencia global del concierto, sí es aprovechado por los más exigentes para volcar quejas en redes. Algunas con razón, otras no tanto. Ya se sabe cómo funciona la fauna de los “caras de libro”: anónimos, impunes, muchas veces crueles. Que si el sonido no daba para tanta gente, que no dejaban entrar ni una botellita de agua, que el parón entre Oscar D’León y Eddie Herrera fue eterno y enfrió el ambiente…
Mientras tanto, en la zona VIP, las autoridades no se aburren. Los cambios de artista se convierten en la excusa perfecta para grabar vídeos, posar con ritmo y publicar frases de manual con las que, quizá, justifican los generosos patrocinios.
Horas antes, el merenguero Eddy Herrera ya había subido un mensaje a redes exaltando la multiculturalidad de la isla: foto con una fan colombiana, otra con una familia venezolana, vídeo con merengueros canarios. Ya en tarima, lo reafirma: “Esto es el Caribe”. Las caderas comienzan a moverse en el poco espacio disponible. “¡Que corra el aire!”, se le oye decir a una espectacular peruana en primera fila. Como siempre, algún listillo intenta aprovecharse y arrimarse de más.
Y llega él. Víctor Manuelle. El puertorriqueño ofrece un show cargado de emoción, como es costumbre. Esa sensibilidad lo ha convertido en uno de los salseros más cotizados del Caribe. Canta al Alzheimer de su padre. En otro tema lanza una crítica social: “Si Jesús volviera a nacer, lo condenarían”. Y cuando habla de amor, es de los mejores: sus letras son puro cariño, entonadas con exquisito gusto. Igual que el resto del cartel, aterrizó en Tenerife dentro de su gira europea. En redes ha ido compartiendo momentos de cada ciudad, pero el más viral, el más compartido, fue el abrazo que le dio a un tinerfeño que, llorando, le mostró su cara tatuada en el brazo. Eso es un Víctor Manuelle de por vida. El joven explicó, entre lágrimas, el porqué. Otra vez, ese “sentimiento Tenerife”. Tierra que conecta el Caribe con África y Europa.
Se echó en falta alguna agrupación canaria. Mira que las hay, y muy buenas. ¿Por qué no una representación de la salsa isleña en una cita tan importante? Desde los veteranos Tony Del Cielo y Troveros de Asieta hasta Ivan Cacú o Sergio Tejera, quienes, por cierto, han estado actuando con éxito en Puerto Rico estas últimas semanas. ¿Por qué olvidar grupos consolidados como Guayaba, Clave de Son, La Sabrosa o La Candela? Aun así, hubo presencia local en la cabina: David Pérez, J. Rodríguez y el canario-venezolano Renzzo El Selector. También brillaron los y las bailarinas, con coreografías espectaculares que completaron el espectáculo. Cantantes, músicos, DJs, pantallas, luces, efectos… Un todo que emociona.
Ya no quedan muchas fuerzas, pero nadie se quiere marchar sin cantar “Un verano en Nueva York” o “No hay cama pa’ tanta gente”. El broche de oro lo pone El Gran Combo de Puerto Rico. Algunos de sus miembros estaban “calientes como chinos” porque Iberia les perdió las maletas. Pero eso da lo mismo. Habrían salido en calzoncillos o con las batas del hotel, y el show habría sido igual de legendario. El hábito no hace al monje. El ritmo, sí.
Una noche para el recuerdo. Miles de asistentes. Negocio para la ciudad y, sobre todo, para la organización. Es bueno para que repitan. Porque Santa Cruz de Tenerife es —desde hace ya muchos, muchos años— la capital euroafricana de la Salsa.