Bobby Cruz


Nacimiento: 2 de febrero de 1937, Hormigueros, Puerto Rico.
Bobby Cruz no solo fue un cantante con swing; fue un contador de historias, un intérprete de alma profunda y una figura clave en la evolución de la salsa. Nació en Puerto Rico y fue criado entre las calles vibrantes del Nueva York latino de los años 50. Su voz pronto se hizo notar por su claridad, su fuerza y esa capacidad única de transmitir emoción sin excesos. Si Richie Ray era el cerebro musical, Bobby era el corazón palpitante que le daba forma y humanidad a cada tema.
Desde que se unió a Ray en los años 60, la dupla se convirtió en dinamita pura: una combinación perfecta de virtuosismo pianístico y voz salsera con temple. Canciones como Agúzate, El Sonido Bestial o La Zafra no tardaron en reventar pistas de baile por todo el continente. Pero más allá del éxito comercial, lo que distinguía a Bobby era su presencia escénica: elegante, afilada, siempre con un pie en la calle y el otro en el cielo. Su fraseo preciso y sentido se convirtió en escuela para muchos vocalistas que vinieron después.
Bobby no era solo un cantante, era también un letrista con conciencia. En sus letras asomaban temas sociales, referencias bíblicas, reflexiones sobre la vida y el alma. Ya entonces se notaba que su relación con la música iba más allá del entretenimiento. Y cuando en los años 70 él y Richie abrazaron la fe cristiana, no dieron un giro: siguieron el camino que su arte ya venía anunciando. Lo que cambió fue el mensaje, no el ritmo. Y la salsa, lejos de apagarse, se volvió espiritual sin perder sabor.
Juan en la ciudad, Los fariseos o Timoteo son prueba de que se puede predicar bailando. En un género marcado por la rumba y el desenfreno, Bobby y Richie abrieron una grieta nueva: la salsa como vía de redención, como espacio de fe y reflexión. Su decisión no estuvo exenta de críticas, pero con el tiempo el respeto se impuso, y muchos reconocieron el coraje de mantenerse fieles a sus principios sin abandonar su identidad musical.
Durante décadas, Bobby Cruz ha sido un referente tanto en la música secular como en la cristiana. Ha llenado estadios, ha grabado con orquestas sinfónicas, ha fundado iglesias y ha seguido cantando con esa voz que, lejos de gastarse, parece haberse templado con los años. Más que un salsero, es un superviviente del tiempo y las modas, un testimonio vivo de que la música, cuando nace del alma, puede transformar vidas.
Hoy, con más de medio siglo de trayectoria, Bobby no necesita demostrar nada. Su legado está escrito en discos, en tarimas, en corazones que vibraron —y aún vibran— con sus canciones. Sabe lo que es el éxito, la caída, la conversión y la permanencia. Y lo ha vivido todo con la dignidad de los grandes. Sin estridencias, sin aspavientos, pero con la fuerza de quien sabe quién es y de dónde viene.
Bobby Cruz es, en definitiva, un salsero de fe y de raza. Un trovador del barrio que encontró en Dios otra forma de cantar. Y lo sigue haciendo, con la voz intacta, como si el tiempo no pasara por su garganta.