Ismael Miranda


Nacimiento: 20 de febrero de 1950, Aguada, Puerto Rico.
Ismael Miranda fue —y sigue siendo— mucho más que “El niño bonito de la salsa”. Detrás de ese apodo, heredado de sus años mozos y de su rostro juvenil, se esconde una de las voces más versátiles, combativas y duraderas del género. Nació en Puerto Rico y se trasladó muy pronto junto a su familia al Lower East Side de Manhattan. Ismael creció entre el bullicio de la ciudad y el eco de los boleros que sonaban en casa. Desde adolescente supo que lo suyo no era seguir caminos seguros, sino cantar lo que sentía, sin filtros ni fórmulas.
Con apenas 17 años ya estaba grabando profesionalmente, y su entrada en la orquesta de Larry Harlow fue como una llamarada. Su primer gran éxito, Abran paso, fue toda una declaración de intenciones: llegó para quedarse. Su voz aguda, de fraseo impecable y con una intensidad rara en alguien tan joven, se convirtió rápidamente en marca registrada. Con Harlow forjó una dupla potente, grabando clásicos como Señor Sereno, Arsenio y La cartera, piezas que mezclaban ritmo con crítica social y sabor con mensaje.
En los años dorados de la Fania, Ismael fue uno de los primeros en destacar como solista. Mientras otros se encasillaban en fórmulas bailables, él apostó por un repertorio variado: del guaguancó más callejero a la balada salsa, del mensaje social a la introspección espiritual. Álbumes como Este es Ismael Miranda o Así se compone un son mostraron a un artista que no temía reinventarse, que no se conformaba con ser solo “el guapo” del cartel.
Sus colaboraciones con gigantes como Willie Colón, Rubén Blades o Cheo Feliciano solo consolidaron su lugar en la historia. Pero donde más brillaba Ismael era en directo, con esa entrega total, esa energía que contagiaba y esa voz que, aún en los momentos más íntimos, mantenía su fuerza. Nunca fue de gestos exagerados ni de poses impostadas; su honestidad era su mayor carisma.
En los años 80 y 90, mientras muchos se desvanecían o buscaban acomodo en la radio comercial, Ismael siguió fiel a su línea. Grabó salsa cristiana, regresó a sus raíces jíbaras, colaboró con nuevas generaciones y mantuvo vivo el espíritu de la salsa dura, sin perder vigencia. Su trabajo con la Orquesta Revelación y su acercamiento a la música típica puertorriqueña mostraron que su talento no conocía fronteras estilísticas.
A pesar de algunos silencios discográficos y problemas de salud en años recientes, Ismael sigue siendo una figura respetada, querida y escuchada. Su legado está en esas letras que hablan de lucha, barrio, amor y fe; en esa voz que, aunque algo más templada por el tiempo, aún lleva el sello inconfundible del sonero que nunca se vendió.
Ismael Miranda no es solo un clásico de la salsa: es un cronista del alma latina, un intérprete que supo madurar sin perder calle, ni swing, ni verdad. Y eso, en tiempos de fórmulas y fachadas, es oro puro.